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"El eterno retorno", Garras de oro: herida abierta en un continente (2019) de Oscar Campo y Ramiro Arbeláez


En una de las primeras secuencias, Luis Ospina, vestido con su camisa color vino tinto, con su piel de vampiro y sus dedos larguísimos, está en una sala de montaje junto a Ramiro Arbeláez, historiador del cine colombiano y personaje principal del documental. Los dos ven imágenes de Garras de oro, película muda colombiana antiimperialista que estuvo desaparecida durante más de cincuenta años y que en los años ochenta fue encontrada en un teatro en Cali, aparentemente escondida entre unas sillas. Las imágenes mudas muestran una sala de redacción de prensa, un periodista denunciado por calumnia en Estados Unidos, un tío Sam que en un mapamundi devora a Panamá, algunos campesinos colombianos que bajan de un tren. Luis Ospina le dice a Arbeláez que posiblemente algunas escenas fueron filmadas en Italia o en Estados Unidos, otras en Colombia, recuerda que vio un plano donde había un aviso que decía en italiano “prohibido fumar”, pero ese plano ya no hace parte de la película que están viendo. Entonces lanza su sonrisa sarcástica y se pregunta si estaba fumado o no, por qué ese plano está desaparecido. Qué raro, dice. Al final de la secuencia, por un error, la cinta se desenvuelve mal en la moviola y produce un ruido, como si algo se hubiera averiado. Hay una sensación de peligro, de algo muy frágil que estuvo a punto de desaparecer para siempre. Luis Ospina nuevamente se caga de la risa.
            

Ver de nuevo a Luis Ospina fue como ver a un amigo muerto, lejanamente desaparecido. Nunca lo conocí, ni fuimos cercanos. Pero siempre me lo encontraba en alguna parte: en lugar a dudas, en la Tertulia, en la sala audiovisual, en el bulevar del río, en la sala de cine Christine 21 cuando estrenó en París todo comenzó por el fin. Siempre estaba tramando algo con el cine, siempre moviendo los hilos para que el festival de cine de Cali fuera tan espectacular como un festival de cine internacional. Yo la verdad había olvidado que estaba muerto y que aparecía en este documental. La impresión de alegría nostálgica que me dio su presencia fue la misma (me imagino) que pudo haber tenido Rodrigo Vidal, historiador de cine, al encontrar la única copia existente de Garras de oro hacia los años ochenta. Y pienso en esa idea que el cine embalsama a los muertos y los ubica en un tiempo indefinido y eterno, los revive y los mantiene como unas momias jóvenes y sonrientes, siempre dispuestos a mirarnos a nosotros los espectadores, y hacernos pensar sobre las canas que aparecen en el centro de la cabeza como banderas negras, en los sueños ya abandonados, en el tiempo que se va.       

Estados Unidos se robó Panamá de la forma más vil posible. Solo por ambición económica de políticos gringos y colombianos. Fue todo un entramado de corrupción, un hurto ignominioso. Garras de oro es el único film mudo colombiano que expone y denuncia ese suceso a lo largo de 1920. Por esta razón, esos mismos políticos quisieron sabotear su estreno en salas y destruir todas sus copias, aunque no lo lograron. La película apareció y hoy es un documento que se puede consultar en internet o en cinematecas especializadas. 

Este documental, dirigido por Oscar Campo y Ramiro Arbeláez, con la presencia de la especialista en cine Juana Suárez, indaga en ese intento de desaparición de la película, en la figura de su enigmático realizador PP Jambrina, y en la verdad sobre el robo del canal de Panamá por parte de los gringos; una verdad que, incluso hasta hoy, nadie quiere conocer. La gente prefiere creer que la historia está habitada por héroes diplomáticos, bastante preocupados por el bienestar y la felicidad del pueblo. Pero el documental deja ver que es todo lo contrario. Todavía hay una herida abierta en el continente; todavía supura y se extiende hasta la historia contemporánea, como lo muestran las imágenes televisivas montadas por Mauricio Vergara (frecuente montajista de Oscar Campo), cuando se ven las bases militares que Estados Unidos quería poner en Colombia con autorización del gobierno de Álvaro Uribe, como una forma de espiar, de vigilar y de seguir controlando el destino de Latinoamérica. 

                 

El pasado no resuelto se repite en el presente. El trauma viene de nuevo, es un eterno retorno. El tío Sam todavía devora Latinoamérica como un Nosferatu, aunque de una forma más sutil y silenciosa. Parece que no hay solución, ni explicación a nada. La historia de Colombia es así, trágica, circular. Punto. Solo quedan la risa diabólica de Luis Ospina, las bermudas blancas de Ramiro Arbeláez y la cámara temblorosa sostenida por Oscar Campo. 




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