Descubrí la obra de Ross Mcelwee gracias a la
realizadora franco-marroquí Simone Bitton. Estábamos en una clase de "primer
montaje" y ella pensó que podía utilizar como referencia la obra autobiográfica
del realizador estadounidense para mi propio cortometraje. Recuerdo
que la caja de DVD traía películas como Backyard y Sherman's March, y que lo más admirable era el
tono dulce de la voz en off, el conflicto tan frágil de sus búsquedas, y sobre
todo, la calidad de las imágenes familiares. Pensé que Ross Mcelwee era un
moderno operador Lumière. Lo amé enseguida.
Photographic Memory es un documental que abarca varios temas, pero, en especial, me parece que habla de las pérdidas que suceden tras el paso del tiempo y la posibilidad del cine documental para recuperarlas. El primer conflicto es que para Ross, como padre, es demasiado difícil relacionarse con Adrian, su hijo adolescente, tan rebelde y tan disperso. Quiere entenderlo, aunque le cuesta. Entonces viaja a su propia adolescencia y a su propia rebeldía. Se pregunta dónde está Maurice, un fotógrafo francés, su primer mentor, y Maude, la amante francesa, con la que daba paseos por la playa en Bretagne. Recuerda su primer trabajo como fotógrafo y nos muestra sus fotos en blanco y negro, incluso las que tenían rayones o salieron mal reveladas. Por último, quizás de una forma más implícita, se pregunta dónde está ese Ross Mcelwee, joven rebelde y disperso como su hijo, que estaba empezando a encontrar su lugar en el mundo.
Ross Mcelwee es un realizador plenamente autobiográfico: sus temas parten de lo familiar, el comentario en voz en off lo hace él, incluso se graba a sí mismo y a sus familiares. Podría uno decir que se trata de un realizador narciso, que solo está interesado en sí mismo. Pero no es realmente así. Él parte de lo personal, pero genera preguntas que le interesan al espectador como ser humano. Preguntas sobre qué se pierde con el paso del tiempo, qué significa crecer y buscar su propia identidad, qué significan los recuerdos y cómo recuperarlos puede crear una relación nueva con el presente. Sus películas tienen una función parecida a la de los films de los hermanos Lumière: hacernos descubrir el poder de lo cotidiano, interesarnos por cómo viven los otros y, sobre todo, desarrollar cierta alegría por mirar el mundo.
Recuerdo también que, más adelante en la carrera universitaria de cine, en el curso "montage final", la realizadora Claire Simon también me habló de Ross Mcelwee. Me dijo que viera sus películas y que, si quería, un día podría presentármelo, pues ellos eran amigos. El encuentro nunca sucedió y no creo que suceda. Ya no hablo con la documentalista francesa y sería muy raro encontrarme con él, pues no he escuchado que algún programador anuncie su venida a Colombia. Solo me queda el recuerdo de esas mentoras, que me veían buscando mi identidad como documentalista, y que me ayudaron a encontrarme, por lo menos en esa época en que era un estudiante universitario totalmente perdido. Desde aquí las abrazo.
Para volver al film, el encuentro con Maude es el punto más intenso del documental, pues desde el principio se ha venido construyendo un suspense con respecto a su paradero. Es hermoso verla joven, en esas fotos en blanco y negro tomadas por Maurice, y de repente verla ya anciana muchos años después, totalmente transformada en otra mujer, distinta de la que conoció Mcelwee. Mcelwee parece algo decepcionado, pero rápidamente encuentra que lo importante es la historia de la enfermedad de Maude, la historia de la doble vida de Maurice, la historia de las demás ancianas del pequeño pueblito francés donde viajó a filmar, y, especialmente, la historia de Adrian, su hijo. A eso me refiero cuando digo que el cine autobiográfico del realizador estadounidense parte de un "yo", pero en realidad el punto de llegada son los otros, la comunidad. Entiende uno que el cine documental no es solo para mirarse el ombligo sino para escuchar y entender a los demás.
Algo que me hace llorar cuando veo este film es leerlo como una declaración de amor de un padre a su hijo; un padre preocupado por él, que quiere ayudarlo a encontrarse, a que viva como un adulto emancipado, incluso si eso supone que el polluelo se vaya de su nido. Es el trámite de esa tristeza del "nido vacío" lo conmovedor del film; cómo esa emoción, a partir del viaje que propone el documental, se convierte en una plena aceptación de la vejez, del estar solo, e incluso se convierte en una alegría por vivir en tiempo presente. El tiempo recobrado.
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