Durante la licencia, Henri François Imbert fue el director de mi tesis sobre la influencia de Agarrando pueblo en el nuevo cine colombiano. Durante la maestría, me acompañó en mi proyecto de cortometraje documental la piel del dromedario. Después de que me gradué, hablamos algunas veces por correo electrónico. A Buenos Aires, me envió uno de sus libros firmados, con postales sobre uno de sus documentales sobre el artista André Robillard. Yo le escribía cada vez que perdía la fe en realizar o en escribir sobre cine, y él intentaba decirme algunas palabras que me pusieran en movimiento. Pero creo que gasté todos los cartuchos porque no he vuelto a saber de él.
Sus clases de primer año de licencia, sobre las etapas de realización de un documental, eran en una sala de proyección llamada azul tropical, de la universidad París 8 St-Denis, en Francia. Las clases siempre estaban repletas. Hasta había gente sentada en el piso. El hacía dos o tres preguntas y el resto de la clase la hacían los mismos alumnos.
Recuerdo que en ese semestre vimos un film llamado l’imagination au pouvoir; también vimos à bientôt j’espère de Chris Marker. Pero la mayoría de estudiantes querían saber anécdotas sobre su primer documental Sur la plage de Belfast, una película que la realizadora Claire Simon llamó “una pequeña obra maestra”. O le preguntaban sobre Doulaye, une saison des pluies, su segundo documental-esta vez de largometraje-, y sobre No pasarán, álbum souvenir, su tercer documental, presentado en el festival de cine de Cannes. Después de clase, la gente lo perseguía para hacerle cualquier pregunta, pero él, con su tono de voz suave, decía que no tenía tiempo y se iba solo.

En 2017, después de graduarme, nos reunimos en un bar cerca al canal Saint-Martin. Tomamos bastantes cervezas y nos fumamos bastantes cigarrillos. Hablamos de mi segunda película—que hasta hoy no he terminado— y de la reciente muerte de su maestro de Tai-chi. Me contó que antes de cumplir los sesenta años quería haber completado una serie de films documentales y se preguntaba si todos juntos conformaban una obra o no. Yo desde hacía años sabía que sus films sí conformaban una obra, pero creo que él se refería a otra cosa, quizás a una razón más personal, algo relacionado con la vejez, no sé, estábamos ebrios. El caso es que ya de noche, nos despedimos completamente borrachos. Lo vi irse por una calle hacia su estudio por la rue du Paradis. Pensé que nunca iba a volver a conocer un mentor con quien me identificara tanto. Estaba en lo cierto.
También recuerdo que en 2015, antes de irme de rodaje, fui a su estudio en rue du Paradis. Estaba montando un documental con Céline Tauss, su esposa y su montajista desde hacía bastantes años. En las paredes había carteles de documentales africanos y en los estantes libros sobre teoría y estética del cine documental. Su primer libro—su tesis de doctorado, para ser más específico— es sobre el documentalista senegalés Samba Felix Ndiaye, otro realizador del que me gustaría escribir más adelante. También tiene libros sobre la escritura documental como le dialogue des images (2015) y libre cours (2018).
Ese día, no recuerdo de qué hablamos, quizás me dio algunos consejos para el rodaje. Hacer como Bruce Chatwin—uno de sus escritores preferidos—: llenar la maleta de libros que me inspiren al viaje, llevar la libreta y anotarlo todo sin interpretar, ser uno mismo, etc. Enseguida, de un cajón, sacó su libro cuadernos de rodaje del documental Doulaye, me lo extendió y me dijo que podría ayudarme en mi realización. Ese gesto fue para mí un puente entre los dos, casi como esas relaciones padre e hijo que aparecen en sus películas.
Sur la plage de Belfast cuenta la historia de un documentalista al que le regalan una cámara 8 mm en la que se encuentra una película con imágenes de una familia en una playa. El documentalista se siente atraído por esas imágenes, descubre que la cámara fue comprada en Belfast, Irlanda, y parte en busca de esa familia. La voz en off está sumamente trabajada. Uno entiende que hay una personalidad sensible detrás, alguien tímido y silencioso, que admira lo frágil de la vida. Allá, hace una serie de entrevistas de personajes entrañables. Son como pequeños cuadros de una familia. Y la música sintética, mezclada con las imágenes 8mm de trayectos en avión, metro y bus, son sublimes. Uno está en un paraíso a lo Jonas Mekas. Luego nombra a Bruce Chatwin, juega con el suspense de encontrar a la familia, y uno como espectador se transforma en un amante de lo frágil, de lo más delicado y pequeño de la vida, de lo microscópico, como Marcel Proust. Al final, queda uno con una reflexión sobre el cine documental, sobre su rol en eso de conservar la memoria de los muertos, sobre las búsquedas del documentalista que apuntan a lo familiar, a la búsqueda de la figura paterna, y al preguntarse, como en las novelas de Chatwin, qué hace uno en este mundo.
No quisiera hacer un estudio extenso sobre su obra, pues algunos escritores franceses de cine ya lo han hecho. Solo voy a hacer un recordatorio de dos vertientes. Por un lado, está la trilogía de la que ya hablé. Sur la plage de Belfast (1996), Doulaye, une saison des pluies (2000), No pasarán, álbum souvenir (2003). Las tres están marcadas por historias de búsqueda de personas u objetos perdidos, pero también por una estética cercana al cine experimental y al documental en primera persona.
Luego están los retratos filmados sobre André Robillard, artista de arte bruto, que vive en un hospital psiquiátrico. André Robillard, à coup de fusils ! (1993) André Robillard, en chemin (2013) André Robillard, en compagnie (2018). En los dos primeros, Imbert pone en el centro a su personaje y lo sigue en su vida cotidiana durante años. Lo acompaña a exposiciones en museos, pero también está con él en su casa y en su acto creativo de fabricar esculturas a partir de armas de la guerra y de objetos reciclados. En la tercera, vuelve a aparecer la voz en off y el enfoque en Robillard se extiende a la historia de la psiquiatría en Francia, que le permitió a muchas personas enfermas mentales conectar con la sociedad a través del arte. En esta serie se desprende sobre todo la ternura de un ser humano singular.
También está le temps des amoureuses (2008), un documental que sigue a Hilaire, un profesor que de niño actuó en mes petites amoureuses, la película de Jean Eustache, filmada en Narbonne, el lugar de nacimiento de Henri François Imbert. La película sigue a Hilaire en su vida de músico y de profesor, pero también explora el rodaje y al cineasta Jean Eustache, otra figura paterna. En este documental, proyectado en la Cinemathèque Française, en un ciclo dedicado a Jean Eustache, aparecen temas como el azar, el cine, la memoria, la transmisión, la infancia y el presente. Por último, está le temps du voyage (2023), que aún no he visto, pero que retrata una familia de gitanos en Francia. Imbert también tiene una entrevista con el documentalista senegalés Samba Felix Ndiaye—que pudimos ver con mi amiga María antes de una proyección del film lettre à Senghor— y un cortometraje sobre un artista llamado Pierre Moget.
Recuerdo que mientras yo estaba en Argentina, Henri François Imbert vino a la MIDBO a presentar algunas de sus películas. En la charla que dio—que vi en Youtube— habló de hacer los documentales no sobre personas sino con las personas—refiriéndose sobre todo a su relación con André Robillard— y contó que en internet hay una misteriosa versión de acceso libre de sur la plage de Belfast con voz en off en inglés y con subtítulos en francés. Afirmó que no fue él quien la subió, de hecho, ni recordaba haber hecho una versión en inglés de su película. Por último, recuerdo que en ese tiempo él me escribió porque quería que pasaran Sur la plage de Belfast y la piel del dromedario juntas en esa MIDBO, pues los dos cortometrajes tienen correspondencias, pero mi film ya se había proyectado un año antes en esa muestra y, además de eso, no gustó mucho entre el equipo programador como para que lo exhibieran de nuevo. Yo hice una gran pataleta por la avenida Corrientes, lloré, me sentí horrible, pero lo entendí todo, todo, porque al final la idea era resaltar la belleza de la obra de un gran documentalista francés.
Se me quedan por fuera muchas anécdotas y comentarios sobre su obra, pero debo decir que Henri François Imbert es uno de los documentalistas franceses vivos más interesantes que existen y recomiendo acercarse silenciosamente a sus películas.
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