El personaje principal es su padre, Fernando, un hombre de 73 años, antiguo líder sindical, revolucionario, amante del Che Guevara y de la Unión Soviética, que empieza a sentir los achaques de la vejez, como la pérdida de la memoria o el cansancio físico. Laura lo filma haciendo ejercicio, lo acompaña a sus citas médicas, lo cuestiona sobre su labor política y social, y dialogan—junto con su madre—sobre el significado de la utopía. Mientras suceden estas conversaciones, se pueden ver partes de la casa, como la biblioteca con libros sobre comunismo y socialismo, imágenes de líderes rebeldes, e incluso se escuchan canciones como la Internacional; también hay imágenes de archivo familiar, donde se puede ver a una Laura Gómez Hincapié jovencísima, o animaciones de un color amarillo, donde aparece la familia reunida en la mesa, dibujada con símbolos revolucionarios como la boina o la hoz y el martillo.
La voz en off de Laura es sobria y está bien dosificada a lo largo del documental. Esa voz reflexiona hacia adentro, construye un espacio interior, como una pequeña casa donde se expresa un pensamiento de esperanza sobre la utopía. El poder quiere que seamos pesimistas, que nos refugiemos en la indiferencia y el individualismo, para seguir sometiéndonos de manera divertida y feliz. Pero Laura propone que revisemos esas utopías de los viejos como su padre, que quisieron cambiar el mundo—aunque en vano— y que las reactualicemos a nuestro contexto. Ella se apoya en el estallido social de 2021 para decir que los jóvenes sí están despiertos, que sí se reúnen y que todavía forman grupos de apoyo para resistir y construir un mundo más inclusivo y equitativo.
Una de las secuencias que más me gustó fue aquella cuando el padre está de cumpleaños frente a un computador y alguien le pide que cante una canción a capella. Fernando titubea, uno cree que va a cantar cualquier cosa, pero empieza a cantar volver de Carlos Gardel, con una voz estupenda. Primero, siento que a partir de esa palabra, volver, se desprende uno de los tantos significados de este documental. Volver a revisar las utopías y transformarlas en la actualidad. Volver a creer en el cambio. Volver a nuestros viejos, cuidarlos, embalsamarlos en una película, ya que en esta era del vacío lo normal es abandonarlos y maltratarlos. Volver también como un gesto documental: volver al archivo para buscar nuevos significados, o por lo menos, nuevas preguntas. Imagino incluso, después de la muerte de Fernando, que Laura va a volver a Utopía como un archivo para una nueva película. Volver, siempre volver al cine.
Pienso en como el cielo después de llover, Dopamina y Carta a una sombra, documentales bastante diferentes entre sí, pero que tienen algo en común: una mujer de la nueva generación dialoga y confronta a sus padres o abuelos sobre sus costumbres, sus tradiciones, sus experiencias y aprendizajes, para crear un puente entre las generaciones, pero también para desmarcarse y desarrollar un pensamiento propio, más contemporáneo. Al final, como dice Laura, no importa si las cosas van a seguir igual o peor, lo importante es conservar los principios, las luchas, los sueños y seguir trazando un camino revolucionario, ya sea desde la militancia política, desde las ollas comunitarias, y, sobre todo, desde la orilla del cine, esa utopía que nos mantiene vivos.
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