Nénette es una
orangutana que vive cautiva en el zoológico del Jardin des Plantes de París.
Tiene cuarenta años y nació en Borneo, una isla en Asia. Más de 60.000 personas
van a verla cada año. Otros orangutanes la acompañan, pero ella es la atracción
principal del público y de este documental. Ella, a diferencia de otros
animales, no distrae, ni entretiene. Solo está tumbada frente al vidrio.
Siempre está quieta. Silenciosa. Ella mira. Nos mira.
Este
documental puede ser visto como un simple documental de animales: hay una
orangutana frente a la cámara, unas voces dicen algunos datos sobre ella, como
que toma pastillas anticonceptivas para no quedar embarazada de su hijo, o que
tuvo tres maridos orangutanes, o que tuvo problemas de hígado y algunas
operaciones quirúrgicas. Incluso se hacen algunos comentarios sobre la
devastación de bosques, o sobre proteger el planeta y los animales. La
curiosidad científica y emocional del espectador están colmadas. Nacen
la ternura y la compasión. El deseo de ir a verla a París. Incluso el deseo de
regresarla a la isla Borneo, su hábitat natural.
También se puede ver como un ejercicio sobre la proyección. Las voces miran a Nénette y creen saber lo que siente: que está triste, deprimida, meditativa, viviendo el presente, feliz de ser el centro de atención, etc. Sin embargo, sucede un proceso inverso. Uno como espectador va a la imagen e intenta descifrarla; pero la imagen, con la mirada neutra de Nénette, viene hacia nosotros, nos atraviesa y nos descifra a nosotros sobre qué pensamos, sobre qué deseamos; nos invita a descubrirnos, despierta nuestro afecto. Vemos en Nénette lo que en realidad tenemos por dentro. El vidrio hace el rol de pantalla de cine, donde ponemos nuestras pasiones y nuestros deseos en el cuerpo que se mueve. Y en esa proyección de Nénette y de nosotros mismos hay un ejercicio de otredad: nos sentimos acompañados por esa mirada y finalmente reconocidos en nuestros propios cuerpos. Es una imagen-afección, como diría Deleuze. Nos altera la percepción de forma intensa y el resultado es el asombro.
Por otro lado, Nénette puede ser un estudio sobre el acto de filmar en el cine documental. Flaherty viaja al polo norte, captura a Nanook en el rollo de película y lo exhibe en pantallas de cine en Estados Unidos, de la misma manera en que Nénette está capturada en ese plano del vidrio, recortada en un plano cerrado por Nicolas Philibert, que exhibe la película en los cines de París y el mundo entero. Por más que exista una ética en el documental, no hay que olvidar que el acto de filmar es un acto de encerrar un cuerpo en una jaula (el plano) y de exhibirlo a unos espectadores. Hay algo allí de dominación violenta en la mirada de los documentalistas, un poder indiscutible sobre el cuerpo filmado. Pero lo importante es cómo se utiliza ese poder, cómo se logra que ese encierro también permita una apertura de sentidos; esto se intenta al utilizar el fuera de campo con múltiples voces, sobre distintos temas y lecturas sobre Nénette. Gracias al sonido, Philibert logra salir del impasse del plano como jaula, y propone el fuera de campo como un espacio dónde experimentar y dónde devolverle la dignidad y la libertad al cuerpo filmado. El encierro se convierte en misterio. Nénette sabe algo secreto sobre nosotros y esa es una forma de igualdad en la relación.
Por último, quisiera decir que los documentales de Nicolas Philibert siempre nos enseñan a mirar. En vez de darnos algo definido, cerrado, con prejuicios e ideas preconcebidas sobre el mundo, él nos invita a mirar como la misma Nénette: desde la materialidad pura, desde el tiempo presente, sin utilizar la intelectualidad sino el cuerpo y la respiración, lo sensible y lo táctil. Solo de esa forma, desde ese silencio, podemos mirar el mundo de una nueva manera, encontrar significados complejos, sentirnos tocados. Desde ese primer plano se puede conservar para siempre el misterio del rostro, esa imagen-afección.
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