En la fotografía a blanco y negro, la muerta en la playa tiene los ojos abiertos. Su nombre es Marta Ugarte. Fue profesora y poeta. Al abogado le sorprende que ningún pez le haya arrebatado la mirada, que ella nos mire tan fijamente, como si estuviera viva. Fue un pequeño error de la Dina, la policía secreta de la dictadura de Pinochet, que empaquetaba los cadáveres de los desaparecidos para lanzarlos al mar desde un helicóptero del ejército chileno.
Marta apareció en la costa, hizo ruido entre las olas; la gente empezó a ver más paquetes mal amarrados flotando en el agua.
El agua, el prisma por el que Patricio Guzmán mira la vida. Su infancia, su
país, el desierto y el espacio. El agua. El agua tiene memoria, dice Raúl
Zurita, el poeta del desierto de Atacama. Debe recordar el agua esos muertos
que le lanzaron, esas personas que decidieron volverlo un cementerio. Así como
caen las gotas en el techo de zinc (un recuerdo alegre de infancia), el vaivén trae fotografías de indígenas masacrados por el
Estado, rostros de desaparecidos durante la dictadura de Pinochet, incluso la
cara borrosa de un amiguito de infancia del director, ahogado durante un verano
en el mar silencioso.
A Marta primero le aplicaron Penthanol (una suerte de
cianuro) para neutralizarla; luego le pusieron un riel sobre el pecho, para que
se hundiera en las profundidades, bolsa de plástico en la cabeza y los pies,
bolsa de costal en la cabeza y los pies, y mientras gira la hélice de la
dictadura, cae el punto negro sobre el mar inmenso. Marta Ugarte. Su
mirada que nos mira, nosotros que la miramos. Nace una conexión, un pequeño
vínculo. Ya no hay más olvido. Saber de ella, de su vida, de su abogado, nos
hace olvidar que era una masa empaquetada y nos recuerda que era un ser humano,
alguien frágil y vulnerable, alguien que quisieron invisibilizar, pero no
pudieron.
Los rieles los trajeron de otra región de Chile. El que los trajo se
puso de bocón y la Dina hizo su trabajo de acabar con el ruido. Los rieles
sumergidos en el agua, como pequeños rastros de un murmullo, de un tren de sombras, de una arqueología del mal, de una opresión sobre un cuerpo, de una
destrucción del otro. Algo que nos hunde para siempre en el silencio. Sobre el riel oxidado, el botón brilla. Es la prueba de que alguien estuvo allí, dice Guzmán. La
prueba de que un ser humano utilizó ese botón. De la profundidad del inconsciente a
la superficie del consciente, donde se puede ver el rastro de lo invisible, algo se puede tramitar, una paz puede surgir; la memoria tiembla e ilumina el presente. Luz.
El documentalista nostálgico por lo
perdido, por lo que va a desaparecer, que quiere recuperarlo para siempre, como
un terco Marcel Proust de los Andes. Habla de Jimmy Botón, un indígena, otro
desaparecido, y lo hace aparecer con ilustraciones, lo trae de vuelta como una forma de
salvarlo, como una forma de luchar contra el olvido de los violentos ingleses. Los libros de Julio Verne, la fantasía mezclada con la realidad. Y nuevamente, el agua. Algo que
representa la vida, lo minúsculo, lo que debe preservarse, la memoria colectiva.
Desde ahí, desde esa pureza se ven los sobrevivientes de la dictadura,
encerrados entre 1 y 5 años, los rostros envejecidos, endurecidos, silenciosos,
melancólicos, la memoria personal.
El escritor periodista reconstruye de forma
científica, algo fría, cómo era el proceso de desaparición. La inyección, el
riel, las bolsas, el helicóptero, los civiles que ayudaban, algo que todos
sabían, pero nadie comentaba, ni relataba. El agua como cementerio de la impunidad. Los ojos
abiertos de Marta Ugarte. La impunidad es no hablarlo. Es olvidarlo, hacer de
cuenta que no pasó. Y de repente se extiende Chile sobre el mar, como una isla
triste. Los indígenas asesinados, los adeptos a Allende asesinados, Jimmy Botón
desaparecido, despojado de su identidad. Y el agua. La historia del agua que
tiene memoria, desde donde se puede reconstruir el horror que vivió un país
helado. Reconstruir la desaparición de forma estética, como una forma de hacer
justicia con los desaparecidos.
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