Hace unos días en La Tertulia proyectaron Amor, mujeres y flores de Marta Rodríguez y Jorge Silva, documental realizado en 1988 y restaurado en 2023 por la fundación cine Documental, con un bonus track de diez minutos de entrevista a la realizadora y algunas escenas cortadas. Pasó por el festival de cine de Cannes 2023 en la sección “classiques”, por el festival de cine de Mar del Plata y ha sido distribuido por la agencia Docco. Verlo hoy, en medio del debate en el Senado colombiano sobre la reforma laboral, es significativo. Por primera vez entiendo el acto de distribuir películas como un gesto político, un gesto que puede tener un impacto verdadero en la vida cotidiana del espectador. Gracias a los distribuidores colombianos que toman este tipo de riesgos. Las salas de cine pueden ser espacios de consumo, pero también espacios donde se fomenta el pensamiento crítico.
Este documental, filmado entre 1984 y 1988, nos muestra unas mujeres trabajadoras en la industria de la oricultura, que cuentan las pésimas condiciones de trabajo en que las tiene la Flower Company (empresa gringa instalada en la Sabana de Bogotá), las enfermedades irreversibles que sufren a causa de los mortíferos pesticidas que echan, y el recurrente abuso de sus derechos laborales. Ellas aclaran que, para fabricar flores, esos símbolos del amor y de la amistad en Europa y Estados Unidos, muchas deben enfermarse, vivir en la pobreza, e incluso morir. Surge una sensación de injusticia, pues, además de lidiar con los problemas en el trabajo, también deben mantener esposos borrachos e inútiles. La única solución que les queda es organizarse, formar sindicato, hacer paro, exigir derechos y una vida digna.
En Colombia, los empresarios millonarios suelen repetir que su rol en la sociedad es crear empleo y ofrecer oportunidades al pueblo. Los medios de comunicación tradicionales, cuando los entrevistan, los pintan como personas impolutas, como los salvadores, especialmente si son gringos. La luz es blanca, casi crística. Pero rara vez muestran la contraparte de la empresa, es decir, los trabajadores pobres, los oprimidos. En este documental sí muestran esa contraparte. Y gracias a un montaje dialéctico, queda claro que el discurso del gringo de la Flower Company, de traer prosperidad y bienestar a la Sabana, es totalmente falso, pues está confrontado con el discurso de las mujeres hablando sobre su siniestra vida laboral. En ese choque de imágenes no queda ninguna duda de que el patrón miente de forma ridícula (pues él nunca ha pisado ni pisará los cultivos de flores) y las trabajadoras dicen la verdad (pues son las que sufren las consecuencias de trabajar en esos cultivos). Gracias a la cámara de Marta Rodriguez y Jorge Silva, que se enfoca en la realidad de las mujeres obreras, se abre el debate para exigir sus derechos básicos.
Otro recurso que refuerza la denuncia es el de la utilización del lenguaje publicitario, cuando las flores viajan a Europa para ser vendidas a grandes multimillonarios blancos. El espectador puede escuchar una música alegre y divertida y ver imágenes turísticas de la Tour Eiffel o de limpísimas calles en Berlín. A primera vista, uno estaría viendo un comercial de la televisión, algo relax. Otra imagen oficial como la del empresario millonario hablando desde su privilegio y desde su avidez. Sin embargo, previamente, ya hemos visto el precio humano que se ha debido pagar para que esas flores lleguen al primer mundo, entonces es imposible disfrutar inocentemente de esas imágenes de entretenimiento. Se entiende todo lo contrario y de inmediato surge la ironía y el pensamiento de que para que los blancos del norte estén bien, los indios y los negros del sur tienen que estar mal. Se concluye que hay un sistema mundial organizado de esa manera injusta y que nadie parece querer hacer algo para cambiarlo, (excepto los cineastas, las trabajadoras y los espectadores. Entre esas tres fuerzas se forma una imagen virtual de unión y de apoyo. Nace un espíritu mezclado de solidaridad, de amor y de resistencia).

Justo en este momento varios senadores colombianos (que tienen vínculos estrechos con empresarios multimillonarios) quieren hundir la reforma laboral propuesta por el gobierno de Gustavo Petro (reforma que supuestamente le regresa unos derechos básicos a los trabajadores). En medio de ese debate tan agitado, de ideas que tiran desorganizadamente para todas partes, a unas personas les da por restaurar este documental y estrenarlo en salas de cine en Colombia como una forma (creo yo) de hacer pensar al espectador en aquellas personas que siempre han estado del lado de los oprimidos de la sociedad, las obreras y los obreros, y de (por lo menos) generar la pregunta si merecen o no algunos derechos laborales básicos, si merecen o no mejorar sus condiciones, si merecen o no unas vidas más dignas. Por favor restauren y distribuyan más películas tan bellas como esta; películas bellas que inviten al espectador a reflexionar sobre la realidad del país.
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