
Marcia quiere despertar el fantasma de su abuelo Salvador Allende. Es una necesidad. Necesita hablar, que le hablen de él, crear un vínculo con ese antepasado. Lo hace de forma sutil, paciente, sin amarillismo, respetando el silencio de algunos familiares. No hay descubrimientos impactantes; algunos secretos obvios de un hombre de su época; algunas anécdotas dolorosas, de esas que « es mejor no contar ». Nada grave. Ella aparece frente a cámara. Quiere unir esa familia alrededor de la memoria, darle de comer a su identidad, quizás una identidad algo perdida y por eso mismo en búsqueda de algo. No se sabe muy bien de qué. No importa.
A las fotos de Salvador Allende se les pone una lupa. La idea es mirarlo más de cerca, incluso deformar un poco su imagen. Un hombre que representa esperanza y resistencia, cuya figura es la encarnación del pueblo chileno, es difícil verlo desde otro lugar que no sea desde un respetuoso y solemne silencio. Sin embargo, Marcia, repito, con delicadeza, lo logra. Esa deformación no cae en la caricatura sino en la humanización. El hombre perfecto que daba discursos y se sabía el nombre de todos los obreros también podía disfrazarse de niño, con bermudas y sombrero ridículo, e interpretar frente a cámara una obra de teatro parecida a un pequeño film de Buster Keaton. O el hombre moderno de izquierda también podía ser un hombre conservador, machista, mujeriego, que no toleraba un cuestionamiento sobre sus actos. Mucho menos si la persona que cuestionaba era una mujer. Sí se logra verlo de manera compleja, contradictoria, cotidiana. Y da alivio que el documental no se haya convertido en una alabanza a un Mesías chileno. Porque Allende solo era un hombre, con sus virtudes y sus defectos. Punto.
De lo familiar y lo íntimo también se va a lo público, a la historia de Chile. El documental es la oportunidad para registrar cuando exhuman los restos de Allende para corroborar si el hombre se suicidó o lo mataron. Bueno, sí se suicidó. Eso ya aporta a la verdad del país. Deja un respiro. Y, aprovecho para decir que, personalmente, nunca he entendido ese suicidio. A veces me da por pensar que Allende debió resistir un poco más, es decir hasta el final, hasta que no hubiera más salida que recibir la bala de un enemigo. Pero él mismo pegarse el balazo, no sé. Sería injusto llamarlo un acto de cobardía. En fin. Para volver al montaje del documental, repito que hay un vaivén entre la historia privada de la familia de Allende y la historia pública de Allende; las dos se van tejiendo, entrelazando, hasta crear una especie de armonía entre las dos, como si la una le diera respiración boca a boca a la otra y luego cambiaran para mantenerse vivas, como en un acto de solidaridad. Queda una sensación de equilibrio, de que ese desajuste de identidad (personal y nacional) ahora está más balanceado. Marcia ha exorcizado de buena manera aquel fantasma. Ahora puede seguir adelante en su vida con toda tranquilidad.
Puede que este sea un documental sobre « Chicho », como le decían a Allende, pero también es sobre figuras de mujeres chilenas, sobre cosas que tampoco se hablaban de ellas. Por ejemplo, por allí había una hija que se suicidó. Se suponía que era la más fuerte, la más socialista, pero en el fondo estaba bastante deprimida, solo que en esa época no se hablaba de enfermedades mentales, era algo tabú. Lo cierto es que tanta autoexigencia revolucionaria es criticada, puesta en cuestión, sobre todo en el caso de las mujeres; para rematar: la hija terminó con su vida en Cuba, paraíso de la disciplina socialista; la esposa de Allende debía callar ante numerosas infidelidades, debía dar discursos frente a multitudes cuando no quería hablar, debía aguantar que la casa fuera un lugar público, siempre repleto de gente, donde el único lugar privado era el cuarto o el baño. O la misma Marcia, una mujer ahora sí contemporánea, empoderada en su arte de hacer cine documental; un cine que, en algunos casos, precisamente enfrenta el silencio y hace pregunta sobre la historia, sobre las cosas que se mantienen secretas y ocultas.
Al final se crean puentes con el pasado chileno que representa el abuelo Chicho, pero también con las diferentes generaciones de mujeres de su familia, como si la búsqueda de Marcia también tuviera que ver con el significado de ser mujer hoy en día, con modificar esa actitud de silencio, de quedarse calladita y obediente en su rincón, y en vez de eso, denunciar las cosas que no están bien, señalarlas, cuestionarlas y criticarlas desde su oficio de documentalista. La sensación que uno tiene al final es de alivio, de alegría, de calor y de ternura familiar, sobre todo cuando nos damos cuenta de que por fin la abuelita descansa en paz.
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