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"Héctor Abad Gómez valía por mil", Carta a una sombra (2015) de Daniela Abad

 

Héctor Abad Faciolince (el autor de la novela el olvido que seremos) recuerda la vida y asesinato de su padre, Héctor Abad Gómez, un médico que luchó por la salud pública, por el bienestar de los pobres, y por eso mismo los paramilitares lo asesinaron a sangre fría a finales de los años ochenta.

        En el documental vemos fotos del médico paisa, conocemos su recorrido como profesor de la universidad de Antioquia, sus caminatas por los barrios periféricos de Medellín (en busca de soluciones para que las personas no se enfermaran por el mal estado del agua que bebían), sus conflictos con políticos inútiles, sus viajes por Indonesia, su amor por su único hijo varón, por sus hijas, por su mujer y su amistad con políticos intachables como Carlos Gaviria. Además, escuchamos su voz tierna (en unos audios que enviaba en cassettes) profesando su amor por la vida y el gusto por las canciones románticas de la época. Todo es narrado desde el punto de vista del escritor, que lee fragmentos de su novela, recita poemas de León de Greiff y visita familiares o amigos de su padre para recordarlo, para enaltecer su figura como defensor de los derechos humanos y de la paz de Colombia.

El documental se enfoca en dejar claro algo que formula el político Carlos Gaviria: a Héctor Abad Gómez lo mataron por ser una buena persona. No fue por ser “comunista”, como decían que era, sabiendo que ni siquiera sabía nada de Marx ni de Hegel. Ni por ser “peligroso”, como decían los militares que era. Fue porque se preocupaba por la vida de las personas más desfavorecidas, porque planteaba soluciones de sanidad que a los políticos corruptos no les gustaba escuchar. Lo mataron por ser un amante de la vida. Sencillo. Sus asesinos fueron paramilitares, fuerzas oscuras de la política colombiana mezcladas con oligarcas y la extrema derecha, rostros desconocidos que hasta el día de hoy permanecen ocultos. No se sabe quiénes dieron la orden. Ni se sabrá.

        En las imágenes de archivo, cuando Héctor Abad Gómez está muerto en el piso, el escritor está sentado en el andén junto a su madre; parece confundido, desubicado; como él mismo dice: derrotado. Derrotado ante la violencia del país, ante las fuerzas oscuras que en esa época exterminaron a todo el partido político llamado La Unión Patriótica. Derrotado ante el amarillismo de los periodistas que lo grababan e intentaban hacerle preguntas. Derrotado ante el cuerpo inerte de su padre que ahora iba a convertirse en una sombra. Y nace la gran contradicción de su vida como escritor: empieza a escribir la novela sobre su padre, la persona que más ama, la que más hubiera deseado leerlo. Y precisamente él es el único que no va a leerlo, pues está muerto. Por eso su obra es una carta a una sombra, a una imagen virtual que está y no está, a una ausencia. Como Orfeo, le tocó cantarle a los muertos.

(El escritor le escribía cartas a su padre y las firmaba así: Héctor Abad III. Era el tercero porque su padre valía por dos, dice, sonriendo, amoroso. En realidad su padre valía por mil: por todos los defensores de derechos humanos desaparecidos y asesinados, por los líderes sociales asesinados, por los sindicalistas asesinados, por los estudiantes asesinados, por los falsos positivos, por todo aquel que buscaba y busca la paz de Colombia. Por todos ellos y por los que vienen).

No hay que olvidar que la realizadora de este documental es Daniela Abad, la hija del escritor, la nieta del médico, directora de películas como The Smiling Lombana. Tampoco hay que olvidar que este también es un documental sobre una nieta en busca de un abuelo: su búsqueda permite establecer un diálogo entre generaciones, un vínculo entre dos personas que no se conocieron; es una forma de recoger del pasado algunos principios éticos para construir el presente de forma digna (como se ve en otros documentales realizados por mujeres jóvenes como Utopía o Allende mi abuelo Allende).

Actualmente, en Colombia algunas personas de la extrema derecha llaman a las personas de izquierda “comunistas” o “socialistas”; y lo vinculan con otras palabras como “narco”: “narco comunismo” o “narco socialismo”. Ese término lo utilizan para deshumanizar a las personas y así no sentir ningún tipo de remordimiento o de responsabilidad cuando las fuerzas oscuras del Estado las asesinan a sangre fría. Por eso hoy, más que nunca, es esencial mostrar este tipo de películas a las nuevas generaciones para que vean cómo ese modus operandi de la violencia verbal viene de atrás, cómo sigue siendo la misma máquina de matar que la extrema derecha ha utilizado por lo menos desde principios del siglo XX. 





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