Parece que este documental lo hubieran realizado ayer: Estados Unidos, migración, racismo, desarraigo. Temas actuales, urgentes. Y, sin embargo, el film es de 2008, aunque su historia comienza a principios de los años 2000, justo antes de que tumben las torres gemelas, cuando la familia de Marcela Gómez, la realizadora, decide irse a vivir a Florida, Estados Unidos. La decisión la toman sobre todo porque el padre, un arquitecto caleño, se queda sin trabajo.
Resulta que en los noventa, los narcos caleños lavaron su dinero en el mundo inmobiliario. Y surgió la bonanza. Por eso en el oeste de la ciudad se alzaron esos edificios gigantescos, como granos en la cara de un adolescente; o en el centro se alzó la torre de Cali, ese espejo brillante y de mal gusto que todavía refleja la opulencia de la cultura mafiosa. Sin embargo, años después, los mafiosos dejaron de invertir en la construcción de edificios, todo quedó sin terminar, como un elefante blanco, y llegó la crisis. Era la época del "american dream". La gente del sur se fue al norte a buscar su "paraíso".
El documental es narrado en primera persona por la misma Marcela Gómez, que habla desde Cali, la ciudad donde decidió quedarse, junto con su abuela. Su tono es melancólico: extraña a su familia, especialmente a su hermana menor, y se indigna por el tema de la migración, muy en furor cuando comienza el fascismo de Georges Bush. Su familia, afortunadamente, pudo recibir la nacionalidad, la famosa “Green Card”, y no tuvo problemas de nada. Sin embargo, en las imágenes televisivas, miles de personas marchan contra las políticas xenofóbicas: los mejicanos indocumentados se hacen balear por los escuadrones antimotines, los cubanos se ahogan en barcos improvisados, los colombianos son deportados con esposas en las manos, como si fueran criminales. Han pasado veinte años desde eso. La situación sigue igual. O peor. Parece que no ha habido ningún progreso. Todavía, algunas personas consideran la palabra "migrante" como sinónimo de criminal.
Los espacios que escoge la realizadora para filmar en Cali son edificios vacíos, en ruinas. Eso evidencia la crisis que surgió después del narcotráfico, pero también la sensación de soledad debido a la lejanía de su familia. Marcela Gómez aparece en el cuadro, camina, muestra su rostro triste; la luz es tenue, hay sombras y contraluz. Ella parte de su historia familiar, de videos caseros filmados con cámaras beta, Vhs y mini dv, de capturas de noticias televisivas sobre migración, de fotografías familiares, pero su reflexión se extiende a la historia de Cali y a la actualidad mundial, dos situaciones que revelan una crisis importante, una especie de desarraigo moral, donde a nadie le importan los ahogados, ni los deportados, ni los desaparecidos, ni nada. Solo les importa su propio bienestar: el otro puede morirse al frente de ellos, silenciosamente, sin que nadie mueva un dedo. Una perfecta era del vacío, donde lo primordial es el individualismo, la diversión, el hedonismo, Walt Disney y Mickey Mouse. Estar estúpidamente feliz.
En las venas abiertas de América Latina, Eduardo Galeano escribe más de trescientas páginas para contar una misma historia que se viene repitiendo en el continente desde el descubrimiento que hizo Cristóbal Colón: Estados Unidos e Inglaterra saquean el sur, lo secan, inventan las reglas del capitalismo, reglas que los protegen a ellos y que vulneran a los latinoamericanos. Punto. (España, a pesar de que no parezca, solo fue un mediador. Una especie de coyote, de paramilitar, que se dedicaba a hacer el trabajo sucio, pero que recibía un porcentaje muy bajo de las ganancias). Y en migración, un cortometraje documental de tan solo 24 minutos, se sintetiza todo el libro de Galeano; por fin se acaba el silencio y la estupidez, por fin viene la reflexión sobre lo que nos sucede.
Las fronteras, reflexiona la narradora,
no son solo geográficas sino también ideológicas. El mundo se divide entre norte y sur, entre ricos y
pobres, entre ganadores y perdedores, entre blancos y negros. Estamos divididos. Nos metieron en la cabeza que así debería ser. Pero al final, desde
esas montañas tan anheladas por el migrante que vive en la planicie
estadounidense, Marcela escucha a sus familiares y los abraza a través del
montaje, como si el montaje cinematográfico fuera la única posibilidad de
volver a tejer un vínculo con su tribu; como si el único medio capaz de romper esas fronteras y de unirnos fuera el cine.
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